El conjunto de vías, galpones, talleres, vagones, depósitos y edificaciones auxiliares no conforman un vacío urbano, sino un subpaisaje, un sistema espacial que simboliza un modelo de país promotor de la conexión, la integración y la soberanía territorial. Su estado de abandono es consecuencia del vaciamiento simbólico que propició el modelo político y económico neoliberal, con la lógica de privilegiar intereses privados por sobre los derechos colectivos y la planificación territorial con sentido de justicia social.
Los terrenos ferroviarios no son baldíos disponibles para el mercado, más bien son reservas estratégicas, pasados enraizados en la memoria colectiva, y potencialidades futuras. Son espacios que se deben repensar en clave patrimonial, cultural y urbana, desde un enfoque público, participativo e inclusivo. La ausencia de políticas que prioricen su conservación o resignificación pública constituye un acto de desposesión ciudadana. Su recuperación podría ser la oportunidad para generar centralidades alternativas, espacios públicos de calidad, equipamientos sociales y propuestas de movilidad sostenible.
Por lo que representa, el cuadro de estación no merece terminar con un cartel de “propiedad privada”, sino una nueva lectura, una intervención crítica, una integración cuidadosa en la vida urbana contemporánea. No como ruina nostálgica, sino como plataforma para un proyecto colectivo. No como mercancía, sino como patrimonio.