Aprovechando una estructura existente, pensada originalmente para terminal de ómnibus, el arquitecto Aníbal Oberlander y Olaechea diseñó este edificio para que funcione la sede municipal.

Implantado en una manzana, de planta compacta con perímetro libre, se construyó entre 1948 y 1952, año en el que se decidió destinarlo a sede gubernamental.

La hibridación arquitectónica es resultado de una composición asimétrica de encastre entre un cuerpo macizo de impronta académica, la torre reloj y el balcón ceremonial que alude a los ayuntamientos europeos. En las envolventes verticales se impone el planismo con ordenamiento racional de vanos dispuestos en riguroso ritmo, cuerpos salientes discretos y una disposición vertical insinuada con base, desarrollo y coronamiento. El repertorio lingüístico abreva en la tradición hispánica, con cubiertas en pendiente de tejas coloniales, muros revocados blancos, balcón de ángulo en voladizo con tejadillo, y portales de piedra labrada realizados por el escultor Roberto Delgado.

La estética de corte nacionalista pretendió simbolizar un pasado glorioso y expresar el orgullo del presente. En 1993 fue incendiado durante el “Santiagueñazo”, crisis social que culminó con una intervención federal. La restauración crítica fue el marco conceptual por el cual se procuró reintegrar la forma visible restituyendo su unidad figurativa.